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No sé qué me pasa desde que llegué aquí, acabo siempre reventado de cansancio y eso que no todos los días me pego pateadas importantes. Mi teoría es que se debe al desgaste acústico.
A menos que duermas con tapones(¡qué gran idea haberlos traído!) los putos cuervos te despiertan con sus horribles graznidos a las 5.30 de la mañana. Aunque quizá debería usarlos de despertador, porque a las 17.30 ya es de noche y el día se te pasa en un plis si te levantas tarde. Y la verdad, aunque sean únicamente las ocho de la tarde, como hace más de dos horas que oscureció, el cuerpo ya te pide cama.
El otro gran sufrimiento en esta ciudad son los claxones. Aquí todo el mundo tiene intermitentes pero nadie los usa, el sistema de establecer la preferencia, además de la de siempre: el más grande pasa el primero, es tocar el claxon repetidas veces.
Así, un simple paseo al New Market se convierte en un videojuego. Claxón: salta a la izquierda mientras esquivas el rickshaw que se ha metido por dónde nunca hubieras imaginado. Claxón-claxón-claxón: ¡ups!, amenaza triple, estoy rodeado, transformación instantánea en anguila para esquivar los autorickshaws, el taxi y el camión, y así todo el rato. Para volverse loco, vamos; está siendo una experiencia salvaje lo de aterrizar en Calcuta pero creo que la semana que viene estaré impaciente por salir de aquí.
Quizá desviarme un poquillo al sur antes de viajar a Varanasi sería una buena idea, a la provincia de Orissa, en la costa de Puri, con playitas pequeñas pero limpias. Un paralelo y medio por debajo de Calcuta, así que si aquí estamos en camiseta lo mismo allí te puedes bañar.
En realidad, si no te puedes bañar me da un poco igual, a estas alturas me conformo con arena/rocas limpitas, un poco de solete acariciánme la piel y de banda sonora las olas con su eterno murmullo.
Creo que se me olvidó comentar lo del candado. Aquí todas las habitaciones se cierran con un candadazo rollo medieval que te proporcionan en el hotel, pero en realidad todo el mundo usa el suyo propio para cerrar la habitación, así que durante tu estancia, nadie, excepto tú, puede entrar para nada. Esto me deja un poco más tranquilo, la puerta con mi cerrojo y mi mochila con otro más, pero creo que nunca hubiera imaginado que en un hoel te permitieran hacer algo así.
Hoy ha sido un día especialmente caótico, había quedado con un español que me iba a llevar al orfanato de Kabardanga (tengo algunos recadillos que hacer allí de parte de la ONG Luces Rojas de Madrid) pero cuando me desperté ya era muy tarde. Lo curioso es que luego nos encontramos y ninguno de los dos había aparecido y nos dimps plantón mutuamente. Otra vez la India que te cambia todos los planes.
Menos mal que por la tarde vuelvo con los críos de New Light, sino el día habría pasado en blanco.
Una simple silla giratoria se transforma en el juguete preferido de los chavales cuando la hago girar a toda velocidad (¡qué mareo!).
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