sábado, 25 de noviembre de 2006

Llegada a Calcuta.

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La sala de espera del aeropuerto de vuelos domésticos de Nueva Delhi es completamente distinta a todas las que he pisado hasta ahora. Hay muchísima gente sentada en sofás de colores horribles cuyos muelles se te clavan como si no hubiera tela de por medio. Me da la sensación de estar en una película, en la consulta ilegal de un médico sin licencia ni carrera que va a realizar alguna operación peligrosísima sin tener siquiera los intrumentos adecuados. Supongo que es una descripción muy extraña, pero me podía imaginar perfectamente al medicucho de los simpson saliendo por una de las puertas con las manos ensangrentadas preguntando por el siguiente paciente.

Creo que me dormí en el avión antes incluso de despegar, de tan cansado que estaba y me desperté cuando ya estábamos aterrizando, a tiempo para tener una primera impresión de la India desde las alturas. Para mi sorpresa, era como medio selvático, con palmeras y ríos por todas partes rodeando las casas, aunque luego ya me dí cuenta de que éso eran las afueras de la ciudad únicamente.

A partir de este momento todo ha sido relativamente fácil para mí en la India: sin problemas con las maletas (Pilar, fliparías con la cinta de recogida de equipajes, a 20 metros de la calle y toda la terminal diáfana, sin paredes, jajajaja, antes de pillar mi maleta ya podía ver la gente y los taxis y todo el barullo indio).

Prepaid taxi por 200 rupis para una hora de trayecto y a flipar con lo que veía desde la ventanilla.

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